El cultivo de los cereales se ajustaba a un ritual de faenas muy determinado. Comenzaban con el “alza” , a principios de otoño, que no era sino un primer esponjamiento del terreno, muy apelmazado tras la anterior cosecha. Una vez oreada la tierra, se practicaba la “bina” , también con el arado, para dar una segunda vuelta a la tierra y dejarla así equilibrada. La siguiente labor era la “sementera” , practicada con el arado y la vertedera, a fin de cubrir con tierra el grano arrojado a los surcos. Hacia el final del invierno se practicaba la “escardá” , con azadas pequeñas, una vez nacida la planta, para eliminar las hierbas surgidas entre los surcos.

La faena siguiente, y casi al final, era la “siega” a mano; el segador se protegía los dedos con la “zoqueta” para evitar el peligroso tajo de la hoz. La trilla de las espigas en las eras, ayudados por la caballería, venga a dar vueltas montados en el trillo, al que alguno acomodaba una silla; luego venía la labor de limpiar o “aventar” , separando la paja del grano tras echarlo al aire con los bieldos u horcas, unos largos palos de madera terminados en cuatro púas. La última labor era el “empajado” , consistente en recoger la paja con la “bielda” , que se guardaba en el pajar, y el grano se recogía en sacos que, cargados a lomos de la caballería, se llevaban a los graneros. 


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