Se trata de la clásica cocina castellana, aderezada con algunos tintes aragoneses. Se sustenta en el cerdo, que se hace engordar durante todo el año y se sacrifica entre San Martín, en Noviembre y el día de Candelas. La típica matanza suministraba la carne de todo el año, junto a las gallinas y pollos que se mataban en los días grandes de fiesta.
El almuerzo, la comida primera de cada día, antes de enganchar, uncir la yunta, o preparar tajo en las tainas, de sopa de pan, con grasa frita con pimentón y ajo, tocino frito, de los gruesos perniles del medio; tocino blanco, el clásico torrezno; otras veces la sopa se sustituía por migas o por gachas elaboradas con harina de trigo.
La comida del mediodía, fuerte y abundante; como primer plato la sopa, colada con el caldo del cocido, en el que habrán hervido durante toda la mañana: un trozo de tocino y carnes secas y un trozo de chorizo, también curado. No faltan las sopas de ajo, o sopas del pastor, el cocido castellano, compuesto de sopa con garbanzos, al que se añade verdura, chorizo-güeña, carne, tocino y morcilla. En las mejores casas o cuando el tiempo era bueno, se llegaba a echar el huevo-tonto “cuando seas padre, comerás huevo” .
En casa de algún cazador, nunca faltan las codornices, perdices y algún que otro conejo, que se guardan en tinajas, bien escabechado o con aceite. Las migas, acompañadas de granos de uva, regadas con un buen vino, sigue siendo un buen manjar de muy poco coste. Tampoco hay que olvidarse de los productos de la huerta, las legumbres y las ensaladas. Las setas de cardo, rebollones, potaje con patatas o el rancho y el cordero, en chuletas o estofado.
No se acostumbraba a merendar en tiempos de tareas que podríamos llamar “ligeras” , aunque sí en épocas de trabajos duros, como la siega o la trilla, donde el “avío” del tajo era tan pródigo como repetitivo. La cena, en el tiempo ordinario, podía consistir en patatas cocidas, aliñadas con grasa y con ajo refrito y pimentón, de primer plato; para segundo podía repetirse el torrezno del almuerzo, o casi siempre, huevos fritos del gallinero familiar. En época de cría de las cabras “la vaca del pobre” , se sustituían las patatas o el guiso de alubias blancas, coloradas o pintas, del primer plato de la cena, por las sopas de leche, que se comían fritas y muy caladas, pues estaban preparadas desde media mañana, aunque, en este caso de las “sopas blancas” se invertía el orden en los platos: primero los huevos fritos, y después las sopas.
Así se conformaba un día tras otro y, sólo alterada por unos guisos especiales, en tres o cuatro ocasiones al año: las fiestas patronales de Agosto y Octubre, el día del esquileo, el día de matanza y cuando acontecían bodas o entierros, pues no sería justo echar al olvido que, en casos de entierro, y para todos aquellos parientes o conocidos, aun con la pena a cuestas, había que atenderlos con la hospitalidad merecida. Estas eran fechas de menús especiales, aunque siempre, como primeros platos, guisos fuertes de alubias o patatas; y después, carnes fritas, adobos del cerdo y escabechados de gallinas o pollos. En las fiestas, nunca falta la caldereta del toro, que se realiza en la plaza.
Entre los postres destacan el melocotón con vino, las tradicionales “sopetas” , hechas con vino, azúcar y pan; las torrijas, bañadas con miel, que se preparan durante la cuaresma y en Semana Santa, y que se acompañan con la tradicional “limonada” Los buñuelos de viento, mantecados, sobadillos, rosquillos, el brazo gitano, nueces con miel y queso o requesones, los bizcochos borrachos, que se utilizan para las bases de las tartas, entre la que destaca la de manzana, y también la leche frita y el mostillo, realizado con la miel de nuestros colmenares.